Según el Censo del 2017, un 12,8% de la población en Chile se considera perteneciente a un pueblo indígena u originario, entre los cuales predomina notablemente el pueblo Mapuche, seguido por los pueblos Aymara y Diaguita (INE, 2018). Si bien es mayor la concentración de esta población en edades jóvenes, el porcentaje de personas mayores crece cada vez más. La tabla A muestra cómo ha ido aumentando la proporción de personas mayores en este grupo.
Estudios comparativos (Gallardo-Peralta, Sánchez-Moreno y Rodríguez-Rodríguez, 2018) han mostrado que no es lo mismo envejecer desde un contexto aymara, mapuche, u otros pueblos que habitan el territorio chileno. Las diferencias que se observan plantean la necesidad de adoptar herramientas de análisis que tomen en cuenta las especificidades experienciales y culturales, al momento de entender cómo los distintos grupos de personas mayores viven su vejez y participación social.
Se ha visto que la vejez tiene distintos significados en diversos contextos culturales latinoamericanos, donde los pueblos originarios se diferencian muchas veces de concepciones hegemónicas occidentales, pudiendo observarse una mejor inclusión de las personas mayores debido a una mayor valoración de sus roles y conocimientos ancestrales (García, García y Curcio, 2020). Así se demuestra en un estudio con personas mayores del norte de Chile (Gallardo-Peralta, Sánchez-Moreno, De Roda & Astray, 2015), donde se observan mejores condiciones de vida en la población Aymara debido a factores relacionados con su cultura y modo de vida; o en el caso de personas mayores mapuche, quienes manifiestan una presencia activa y reconocida por las organizaciones y actores sociales (Universidad de la Frontera - Instituto de Estudios Indígenas - SENAMA, 2015). Sin embargo, en ambos casos se presentan también desventajas en cuanto al capital social y condiciones de vida, con dificultades importantes para satisfacer sus necesidades básicas (Universidad de la Frontera - Instituto de Estudios Indígenas - SENAMA, 2015). Según las estadísticas del Ministerio de Desarrollo Social (2017), las personas mayores pertenecientes a pueblos originarios presentan mayores índices de pobreza multidimensional (36,9%), que aquellas que no pertenecen (20,7%).
En un contexto chileno de deuda histórica hacia los pueblos originarios del país (Naciones Unidas, 2013), las trayectorias de las personas que pertenecen a este grupo se han visto marcadas por experiencias de marginalización, discriminación y racismo. Esta situación repercute en las condiciones de vida durante la vejez, a través de la acumulación de desigualdades (Dannefer, 2013) que se traducen en un mayor riesgo de vivir experiencias adversas como la pobreza y la discriminación, así como un acceso menor a oportunidades de educación y participación ciudadana.
Sumado a ello, las transformaciones socioculturales actuales han impactado en los modelos tradicionales de organización familiar y comunitaria de estas poblaciones, teniendo consecuencias en la provisión de cuidado de las personas mayores y en su reconocimiento social. En ese sentido se vuelve primordial desarrollar conocimientos sobre las vidas de personas pertenecientes a pueblos originarios que hoy están envejeciendo, tanto en contextos urbanos como rurales, de manera de fomentar una mayor inclusión de este grupo en la participación social y apuntar hacia la creación de políticas sociales que sean pertinentes en términos culturales-territoriales.